Patricio Valdés Marín
La 2ª Guerra Mundial, que demolió dos hegemonías
emergentes (la Alemania nazi y el Japón imperial), dio a luz, en un estallido
atómico, otras dos hegemonías (EE.UU. y la URSS) que eran mutuamente
excluyentes. Todo el resto del mundo debió alinearse tras ambas potencias, que
ahora eran nucleares. Se inauguraba la “Guerra Fría”. El excesivo y costoso
arsenal nuclear que fueron acumulando las disuadía del enfrentamiento directo
so pena de asegurar la destrucción mutua. El conflicto fue peleado en las
confines de ambos imperios (Corea, Indonesia, Vietnam, Chile…). EE.UU empleaba
a la CIA y los Marines, y sus designados enemigos eran los partidos comunistas
locales. Aquél suponía que éstos actuaban como ejecutores del expansionismo
soviético.
Tanto la religión como la codicia estaban detrás de la
tendencia hegemónica de ambas potencias. EE.UU. se imaginaba a sí mismo como el
elegido instrumento divino destinado a acabar con el Mal –el comunismo–, según
la maniquea concepción del enquistado protestantismo calvinista, para inaugurar
mil años de paz y amor, en un conflicto escatológico-apocalíptico que había
comenzado con la soberbia de Luzbel y que la 1ª venida del Cristo mesiánico no
había logrado concluir, a pesar de toda la teología paulina. Por su parte, la
URSS, también milenarista, había heredado la zarista misión de erigirse en
protector del cristianismo ortodoxo, esta vez transformado en el comunismo
universal.
La Ilustración había prometido la emancipación humana a
través de la ciencia y de su hija, la tecnología. El mundo occidental, después
de la revolución burguesa, optó por el capital privado (concentrado en una pequeña
minoría), el libre mercado (manipulado por enormes corporaciones
transnacionales) y la libre empresa (dependiente de dichas corporaciones) como
impulsor del crecimiento económico que explotaba el trabajo y la naturaleza.
Oriente, en cambio, tras la revolución marxista, prefirió el capital estatal,
la planificación central y la empresa estatal.
Cambiando la finalidad militar desde defensa nacional
hacia policía política y manteniendo la verticalidad del mando y la disciplina
militar, EE.UU. elaboró una nueva ‘doctrina de seguridad nacional’ a partir de
la práctica francesa del combate contra los independentistas indochinos y
argelinos basaba en la tortura y el amedrentamiento, al margen de la Convención
de Ginebra, y así exterminar los focos subversivos. La escalada en crueldad
estaba en relación directa al poder del mismo modo que el dorado de los
uniformes militares lo estaba a la inhumanidad absoluta. El grafiti “YAKARTA”
pintado en las paredes durante la UP evocaba el golpe de estado de 1966, en Indonesia,
patrocinado por la CIA, por el cual se aniquiló al partido comunista indonesio,
torturando y asesinando 1 millón de ciudadanos, y era una advertencia.
EE.UU. preparó a sus aliados para esta guerra subversiva,
instituyendo la Escuela de las Américas para formar a la oficialidad de los
ejércitos de sus aliados latinoamericanos para la guerra interna contra los
partidos comunistas locales. En las narices de la cándida civilidad
latinoamericana miles de oficiales fueron adoctrinados en propaganda anticomunista
e instruidos en tortura, amedrentamiento masivo y aniquilación de sus enemigos.
A argentinos, brasileños, chilenos, uruguayos les resultó incomprensible que
los que habían aparecido tradicionalmente como honorables, caballerosos y
dignos uniformados fueran en realidad tan sanguinarios y crueles como los
agentes de la Gestapo nazi.
La derecha chilena estaba consolidada como oligarquía
étnicamente diferenciada desde que Pedro de Valdivia y sus compañeros
castellanos vencieran a los ingenuos y pacíficos indígenas, el 11 de septiembre
de 1541, se apropiaran de sus vidas y haciendas por los eones que siguieran e
impusieran la medieval Pax Castellana.
Creía firmemente que el pueblo, catalogado como flojo, borracho e ignorante,
era naturalmente incapaz de gobernarse por sí mismo, necesitando una autoridad superior,
aristocrática según sus términos oligárquicos, y que fuera paternalista y
benevolente según los términos católicos. Ello no obstaba que, tal como en el
pasado sus antepasados aplastaran con brutal fuerza los alzamientos indígenas
de Arauco, esta derecha estuviera dispuesta a aferrarse con uñas y dientes a
sus privilegios según la tradición, la propiedad y la familia (es decir, el
linaje).
En el marco de la propaganda anticomunista estadounidense,
que lavaba sus provincianos cerebros, resultó natural la alianza entre la
oligarquía y los militares, como tantas otras veces ocurriera en el pasado,
aunque sin tanta ideología anticomunista. Los “UPelientos” (trato dado por la
prensa amarilla de derecha a los partidarios de la UP) eran para la derecha
solo indios alzados, y ésta proyectó en aquellos el objeto de todos sus miedos,
rencores y odios; necesitaba creer el infundio del “Plan Z”, inicua creación
del historiador Gonzalo Vial.
La tragedia humana que siguió, a partir del 11 de
septiembre de 1973, tuvo visos de comedia de errores. La UP, que había llegado
al gobierno con solo 1/3 de los votos y era minoría en el congreso, pretendió
llevar a cabo profundas reformas sociales y económicas anti-oligárquicas y
antiimperialistas que colisionaban frontalmente con una oposición cada vez más
poderosa, mientras que parte importante de sus partidarios se desplazaba hacia
la ultraizquierda. Los militares siguieron en realidad las directivas de una
potencia extranjera y no las de las autoridades legítimamente elegidas, lo que
constituyó una verdadera traición a la patria. La UP, que perseguía la justicia
social proyectando la democracia hacia sus límites políticos, se vio
involuntariamente envuelta en la Guerra fría y fue brutalmente desmembrada. Los
mismos militares que la derecha aduló como héroes que liberaron al país de las
garras del comunismo fueron acusados por el resto como asesinos violadores de
los DD.HH. y ejecutores de terrorismo de Estado, y fueron condenados por la
justicia como criminales. El independiente poder judicial prefirió omitirse
cobardemente de juzgar los peores crímenes cometidos en toda la historia
republicana chilena. La dictadura entronizó el neoliberalismo que predicaban
los Chicago Boys, reforzando los privilegios de la oligarquía a límites que
solo se conocían antes de 1925 y economismizando todas las relaciones humanas.
Quien tocó en suerte liderar la represiva dictadura cívico-militar con rumbo
reaccionario fue el general más fanático, simplón, cazurro, ambicioso y abusivo
de las FF.AA. chilenas. Solo el cardenal Silva Henríquez sacó la cara por los
perseguidos.
Santiago de Chile, 24 de Noviembre de 2013
Blogs
antropológicos del autor
El carácter del pueblo originario de Bolivia y el futuro
de país. Abril de 2003, http://antroponcaracter.blogspot.com .
La actual crisis económica global en perspectiva. Marzo
de 2009, http://antroponcrisis.blogspot.com.
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