martes, 1 de abril de 2014

Patricio Valdés Marín



La 2ª Guerra Mundial, que demolió dos hegemonías emergentes (la Alemania nazi y el Japón imperial), dio a luz, en un estallido atómico, otras dos hegemonías (EE.UU. y la URSS) que eran mutuamente excluyentes. Todo el resto del mundo debió alinearse tras ambas potencias, que ahora eran nucleares. Se inauguraba la “Guerra Fría”. El excesivo y costoso arsenal nuclear que fueron acumulando las disuadía del enfrentamiento directo so pena de asegurar la destrucción mutua. El conflicto fue peleado en las confines de ambos imperios (Corea, Indonesia, Vietnam, Chile…). EE.UU empleaba a la CIA y los Marines, y sus designados enemigos eran los partidos comunistas locales. Aquél suponía que éstos actuaban como ejecutores del expansionismo soviético.

Tanto la religión como la codicia estaban detrás de la tendencia hegemónica de ambas potencias. EE.UU. se imaginaba a sí mismo como el elegido instrumento divino destinado a acabar con el Mal –el comunismo–, según la maniquea concepción del enquistado protestantismo calvinista, para inaugurar mil años de paz y amor, en un conflicto escatológico-apocalíptico que había comenzado con la soberbia de Luzbel y que la 1ª venida del Cristo mesiánico no había logrado concluir, a pesar de toda la teología paulina. Por su parte, la URSS, también milenarista, había heredado la zarista misión de erigirse en protector del cristianismo ortodoxo, esta vez transformado en el comunismo universal.

La Ilustración había prometido la emancipación humana a través de la ciencia y de su hija, la tecnología. El mundo occidental, después de la revolución burguesa, optó por el capital privado (concentrado en una pequeña minoría), el libre mercado (manipulado por enormes corporaciones transnacionales) y la libre empresa (dependiente de dichas corporaciones) como impulsor del crecimiento económico que explotaba el trabajo y la naturaleza. Oriente, en cambio, tras la revolución marxista, prefirió el capital estatal, la planificación central y la empresa estatal. 

Cambiando la finalidad militar desde defensa nacional hacia policía política y manteniendo la verticalidad del mando y la disciplina militar, EE.UU. elaboró una nueva ‘doctrina de seguridad nacional’ a partir de la práctica francesa del combate contra los independentistas indochinos y argelinos basaba en la tortura y el amedrentamiento, al margen de la Convención de Ginebra, y así exterminar los focos subversivos. La escalada en crueldad estaba en relación directa al poder del mismo modo que el dorado de los uniformes militares lo estaba a la inhumanidad absoluta. El grafiti “YAKARTA” pintado en las paredes durante la UP evocaba el golpe de estado de 1966, en Indonesia, patrocinado por la CIA, por el cual se aniquiló al partido comunista indonesio, torturando y asesinando 1 millón de ciudadanos, y era una advertencia.

EE.UU. preparó a sus aliados para esta guerra subversiva, instituyendo la Escuela de las Américas para formar a la oficialidad de los ejércitos de sus aliados latinoamericanos para la guerra interna contra los partidos comunistas locales. En las narices de la cándida civilidad latinoamericana miles de oficiales fueron adoctrinados en propaganda anticomunista e instruidos en tortura, amedrentamiento masivo y aniquilación de sus enemigos. A argentinos, brasileños, chilenos, uruguayos les resultó incomprensible que los que habían aparecido tradicionalmente como honorables, caballerosos y dignos uniformados fueran en realidad tan sanguinarios y crueles como los agentes de la Gestapo nazi.

La derecha chilena estaba consolidada como oligarquía étnicamente diferenciada desde que Pedro de Valdivia y sus compañeros castellanos vencieran a los ingenuos y pacíficos indígenas, el 11 de septiembre de 1541, se apropiaran de sus vidas y haciendas por los eones que siguieran e impusieran la medieval Pax Castellana. Creía firmemente que el pueblo, catalogado como flojo, borracho e ignorante, era naturalmente incapaz de gobernarse por sí mismo,  necesitando una autoridad superior, aristocrática según sus términos oligárquicos, y que fuera paternalista y benevolente según los términos católicos. Ello no obstaba que, tal como en el pasado sus antepasados aplastaran con brutal fuerza los alzamientos indígenas de Arauco, esta derecha estuviera dispuesta a aferrarse con uñas y dientes a sus privilegios según la tradición, la propiedad y la familia (es decir, el linaje).

En el marco de la propaganda anticomunista estadounidense, que lavaba sus provincianos cerebros, resultó natural la alianza entre la oligarquía y los militares, como tantas otras veces ocurriera en el pasado, aunque sin tanta ideología anticomunista. Los “UPelientos” (trato dado por la prensa amarilla de derecha a los partidarios de la UP) eran para la derecha solo indios alzados, y ésta proyectó en aquellos el objeto de todos sus miedos, rencores y odios; necesitaba creer el infundio del “Plan Z”, inicua creación del historiador Gonzalo Vial.

La tragedia humana que siguió, a partir del 11 de septiembre de 1973, tuvo visos de comedia de errores. La UP, que había llegado al gobierno con solo 1/3 de los votos y era minoría en el congreso, pretendió llevar a cabo profundas reformas sociales y económicas anti-oligárquicas y antiimperialistas que colisionaban frontalmente con una oposición cada vez más poderosa, mientras que parte importante de sus partidarios se desplazaba hacia la ultraizquierda. Los militares siguieron en realidad las directivas de una potencia extranjera y no las de las autoridades legítimamente elegidas, lo que constituyó una verdadera traición a la patria. La UP, que perseguía la justicia social proyectando la democracia hacia sus límites políticos, se vio involuntariamente envuelta en la Guerra fría y fue brutalmente desmembrada. Los mismos militares que la derecha aduló como héroes que liberaron al país de las garras del comunismo fueron acusados por el resto como asesinos violadores de los DD.HH. y ejecutores de terrorismo de Estado, y fueron condenados por la justicia como criminales. El independiente poder judicial prefirió omitirse cobardemente de juzgar los peores crímenes cometidos en toda la historia republicana chilena. La dictadura entronizó el neoliberalismo que predicaban los Chicago Boys, reforzando los privilegios de la oligarquía a límites que solo se conocían antes de 1925 y economismizando todas las relaciones humanas. Quien tocó en suerte liderar la represiva dictadura cívico-militar con rumbo reaccionario fue el general más fanático, simplón, cazurro, ambicioso y abusivo de las FF.AA. chilenas. Solo el cardenal Silva Henríquez sacó la cara por los perseguidos.

Santiago de Chile, 24 de Noviembre de 2013


Blogs antropológicos del autor
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La actual crisis económica global en perspectiva. Marzo de 2009, http://antroponcrisis.blogspot.com.
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Facebook y la paranoia colectiva. Diciembre de 2013, http://antroponfacebook.blogspot.com.
La irrupción de la clase media tecno. Abril de 2014, http://antropontecno.blogspot.com
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